
Un virus está intentando matarnos, si sobrevivimos algo habrá que entender. Después de pasar el día bajo techo salgo a caminar a las nueve de la noche con el mundo patas para arriba como jamás hemos visto en esta era, nada de lo que fue importante lo es porque ahora todos tenemos miedo de morirnos. Varios millones de seres humanos refugiados escondidos miedosos y varios otros millones por ahora libres pero no menos miedosos es de lo único que hablan. Voy camino al bar Alvarez por la peatonal Sarandí de la ciudad vieja de Montevideo hasta hoy tranquila pero expectante y algo más desolada que lo usual y escucho a un grupo de adolescentes dando cuórum total y absoluto a la teoría de que de algo hay que morir y mientras avanzo sus voces se mezclan con la declaración resignada pero sin titubeos de la señora de sesenta o bastante más que camina torcido con su desmejorado perro al pie diciéndole al musculoso de cuarenta con termo apretado bajo el brazo y mate en mano que se quede tranquilo que esto a ella le agarra seguro mientras él tranquilo la escucha y le dice que eso del virus que le puede tocar a cualquiera. Me siento y en la mesa de al lado el europeo del este le intenta decir en el español que puede al moreno venezolano o cubano que en su país la cosa está muy mal y que menos mal que él está aquí y no allí. Se acerca la camarera y a un paso de distancia de la mesa con cuidado me da la carta y le sonrío para demostrarle que la entiendo porque sé que por ésta calle es por donde suben los turistas todos los días cuando bajan del crucero y muchos se sientan ahí y pienso que suerte que en invierno se corta porque con frío ya no viene nadie pero enseguida me acuerdo que dicen que cuando llegue el frío todo va a ser peor. Un muchacho se acerca caminando y a diez pasos de encontrarse con el otro lo mira y a propósito toce tres veces fuerte para que el otro se ría y cuando se encuentran se saludan golpeándose con los pies. Aparecen cuatro médicos vestidos de azul que vienen del hospital Maciel que está a dos cuadras, tres esperan afuera mientras uno entra al bar a buscar comida y yo tengo ganas de agradecerles de antemano por todo lo que van a sufrir pero no me animo y lo único que siento es compasión que no sé si es buena o mala. Decido digerir el fernet con coca y la pizza con panceta y cebolla caramelizada a media cuadra del bar fumando un tabaco sentado en el banco que está justo frente a la antigua fachada gris que tiene una puerta de madera y dos ventanas altas con postigos y balcón que dan al living y a la habitación de la casa de la señora Mara en la que voy a vivir dentro de quince días y hasta quien sabe cuándo, porque quería ver el movimiento en esa calle a esa hora. Una abuela y su nieta caminan juntas y escucho el diálogo desde que vienen a treinta metros hasta que se van y las dejo de oir: pero yo no lo ví - no lo vemos pero está ahí mi amor - ah está en el aire pero es invisible – sí, eso mismo - ¿y él me ve? - claro pero vos no a él. Fueeeeera viruuus grita uno loco de los tantos que andan en la vuelta desde la ventana de un segundo piso. - ¿y me puede tocar también? - si por eso nos tenemos que quedar en casa - ¿y si no lo dejamos entrar? - es difícil eso - ah como es invisible pasa por todos lados - claro - y por qué no me tengo que tocar la cara?-. Me paro y camino las ocho cuadras hasta mi casa de hasta dentro de quince días intentando entender tanta demencia y me pregunto si los virus tienen origen en la naturaleza y si son creados por ella en contra nuestro. Entro, me lavo las manos con alcohol en gel y me pongo a escribir que un virus está intentando matarnos y que si sobrevivimos algo habrá que entender.