Sentado en la oscuridad de Cabo Polonio inicio el conteo luego de que me encandila el brillo de la luz y lo finalizo en cuanto me vuelve a encandilar. Doce segundos. Es lo que demora en completarse el ciclo de la luminaria giratoria instalada hace ciento cuarenta años en la parte superior del faro. En todas mis estadías he notado que aquí la percepción del tiempo se relativiza con el correr de los días, y la duración de las horas parece extenderse, ¿doce segundos es mucho o poco? De hecho, comienzo esta escritura un día y medio después de haber llegado y sin embargo siento que transcurrió una semana, y sospecho que es debido a la ausencia de estímulos externos. Aquí uno anda desprovisto de aquello que se supone que precisa, no hay televisor, comercios, cine, discotecas, internet, vehículos. La energía eléctrica disponible, obtenida gracias al sol, es finita y debe dosificarse por lo que mantener un mínimo vínculo con el mundo exterior suele ser difícil, a duras penas tal vez sea posible cargar un rato algún dispositivo. Hay, en cambio, arena, aire, cielo, viento, playa, mar. Y silencio, en esencia. De modo que todo intento de búsqueda de satisfacción solo puede dirimirse dentro de sí y en relación con el entorno. Vuelvo a observar el movimiento del haz de luz del faro y recuerdo el título de una canción que yo sabía que Drexler escribió aquí y que recién ahora comprendo: Doce segundos de oscuridad. Juego a imaginarme que la inspiración le llegó a Jorge una noche estando sentado donde yo estoy y mirando la luz girar, aunque la letra no habla de la luz sino de cuando no la hay. En el cabo, al final del día cuando la luz se disipa no queda más remedio que descansar, entonces más temprano que tarde uno se encuentra inmerso en una especie de reloj natural en el que los ojos se abren con el alba y se cierran con el ocaso, el cuerpo y la mente funcionan en un trance al ritmo del ciclo de la naturaleza. Todo transcurre lento, se camina despacio, se habla pausado, se respira hondo, se escucha, el oído se acostumbra a una bendita calma sonora y cualquier ínfimo ruido puede resultar perturbador. No surgen deseos de hablar a menos que las palabras por expresar sean capaces de agregarle valor al silencio y a la quietud. Mis días se reparten entre caminatas, lecturas, recetas, siestas, baños de mar, atardeceres y sobretodo en andar pululando por ahí. Ocio, hay que estar predispuesto a hacer nada porque la paradoja del polonio es que nada es lo mejor que hay para hacer. La poca claridad de ciertas noches la aportan la luna o el faro. Si hay luna uno apenas puede ver por dónde camina lo cual es mucho y de las casitas, que les llaman ranchos, se pueden ver las siluetas. Si la luna no está la escasa visibilidad se da gracias a la luz giratoria del faro, al margen de que por supuesto lo que el faro pretende hacer no es iluminar al pueblo sino señalizar a los navegantes. Ya tengo frío, la luz sigue girando, ¿cuánto duran doce segundos? Siento que podrían durar un instante efímero o la propia eternidad, y me pregunto qué relación existe entre lo inmediato y lo infinito o si son asuntos contrapuestos. En cada giro de luz, en cada fragmento de oscuridad, pienso en cosas que podrían suceder en ese lapso de tiempo en apariencia fugaz, superfluo y trivial. En doce segundos puedo armar un cigarro, sellar un contrato, pronunciar la palabra más hiriente, emitir mi voto, estornudar seis veces, dar mi mejor abrazo, quedarme dormido hasta mañana. Podés dar un beso profundo, cebar un mate caliente, decir sí quiero, lavar tus dientes, firmar la renuncia, tener un orgasmo digno, tu corazón puede latir quince veces. Puede caer un avión, nacer un bebé, descarrilar un tren, ser declarada la paz, un misil recorrer cien kilómetros. Noto que doce segundos podrían bastar tanto para cambiar una vida como para destruir muchas y pienso en la insignificancia de un detalle pasajero y en la perpetuidad de una decisión. Doce segundos me alcanzan para seleccionar, copiar, pegar y publicar éste texto y me sobran para formular una pregunta: ¿qué queremos decir en verdad cuando decimos que no tenemos tiempo?

Otras historias

Back to Top