En la casa que alquilo hay un lavarropas, cuelgo en el patio interno que comparto con Mara la dueña, que vive en la parte de atrás. No lo uso tanto porque no me gusta lavar, miento, en verdad lo que no me gusta es colgar porque el que lava no soy yo sino el lavarropas. Me da pereza, colgar medias una por una, lo vivo como una leve tortura. Además en el kiosco de enfrente de un día para el otro me la tienen lista, doblada y, con más perfume del que quisiera, hasta huele muy rico. No solo es kiosco, venden mates, remeras de futbol, licores, souvenirs, gorros de lana, comida hecha, y también lavan ropa. Lo atiende un matrimonio, ambos con asistencia perfecta, ella la lava y la dobla, él la perfuma y la embolsa. No suelo tener pronósticos certeros sobre la edad aparente de las personas aunque estimo que ya festejaron por lo menos setenta cumpleaños y sospecho que la mayoría juntos. Abren desde temprano hasta muy tarde todos los días incluyendo los domingos y feriados. Imagino que se trata de ese tipo de gente que toda la vida hizo lo mismo y no saben o no quieren hacer otra cosa que, en este caso, trabajar en el kiosco. Y se los ve felices. En esta peatonal hay varios locales y camina mucha gente, todos se saludan, comerciantes y vecinos se llaman por el nombre. Ayer dejé mi bolsa semanal de ropa sucia y él me dijo que pase a retirarla hoy antes de las siete, que es cuando se van pero me olvidé, la mitad de las veces me pasa. A las siete y cuarto cuando estaba volviendo de correr por la rambla, media cuadra antes de llegar vi al hombre golpeando la ventana de mi living, que da a la calle. Dejó de golpear, se dio vuelta con cara de resignación y me vio, ¡Leandro! dijo, tenía miedo de que necesites algo y no quería irme sin darte la bolsa pero ya me estaba dando por vencido. Sabe mi nombre porque la primera vez lo anotó en el comprobante que me dio para retirar y desde entonces nunca más me dio comprobante ni anotó nada pero tampoco olvidó mi nombre. Yo no sé el suyo. Le expliqué que no vuelva a perder nunca más ni un minuto de su tiempo en traerme la ropa a domicilio, que si la necesito y no la busqué es un problema mío. Ah ta, ¿cómo estás? me preguntó, ¿está jodida la cosa allá no? ¿tu familia? Si, está difícil pero mi familia está bien y yo también, menos mal que esto me agarró acá le dije y le pedí que me dé un minuto para entrar a buscar plata. No! mañana me das, tomá. Me encajó la bolsa entre mis brazos y se fue. Su mujer lo esperaba en la puerta del kiosco ya cerrado. Entré, abrí la bolsa y me dispuse a ordenar la ropa. Mañana cuando vaya a pagar le voy a decir que le ponga un poquito menos de perfume a mi ropa. Y le voy a preguntar cómo se llama.

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