
Separa los párpados con un dejo de pereza y nota como la claridad le penetra en los ojos. La ineludible ansiedad no le permitió conciliar el sueño lo que él hubiera deseado, sin embargo, se despierta con buen semblante y no es para menos, hoy es el día. De un tiempo a esta parte, en cuanto amanece no percibe el inicio de un día más, sino de uno menos, y concibe cada momento que vive como un instante que se resta, que se disipa y se va, en el proceso regresivo que quién sabe cuánto durará. Siente que ya no hay tiempo, ni siquiera para comprender que ya no hay tiempo. Pero, ¿qué cosa es el tiempo además del correr de horas entre nacer y morir? Él sostiene que es la fortuna de los libres, que el tiempo es el tesoro de aquellos que viven la vida que quieren y no la impuesta. A sabiendas de que, siendo pretensioso, está situado en el promedio de su existencia terrenal, de que el futuro es incierto y de que el final siempre está cerca, se propone explotar al máximo las oportunidades. Ahora bien, ¿qué hace para eso? Si hace lo mismo que todos entiende que lo hace mal, de modo que se inclina por indagar en caminos diversos, por más que impliquen recorridos más largos. Posa la mirada en la valija negra y roja semicerrada dentro de la cual ya ubicó todo aquello que resolvió no dejar. Vendió, donó, regaló, desechó. Se desprendió de lo prescindible, prácticamente todo, lleva ropa porque hay que vestirse. Su meta primordial siempre ha sido marchar liviano, ser libre. Rara vez se lo ha visto quieto asumiendo lo que le ha tocado en suerte, pretende volver a dar sentido, resignificar, tener deseos y pergeñar un sendero que lo acerque a ellos todo lo que su ímpetu y entereza se lo posibiliten. A su vez, busca reflejar la mejor versión de sí y ser progresivamente mejor persona, pese a que no tenga en claro cómo hacerlo ni qué significa ser mejor persona, no obstante, mucho le ayuda preguntarse cuáles son los recuerdos que le gustaría dejar y qué quisiera que digan de él. Hoy va a volar, está convencido de que nada debería hallarse más alto de dónde él pueda llegar volando. Cuando cierra la valija cae en la cuenta de que adentro quedó todo lo que posee, la totalidad de sus bienes yacen en el interior de ese rectángulo de plástico asegurado con cierres, no hay más. ¿Es poco o mucho? Le hace ilusión tener poco y ser capaz de llevar sus escasas pertenencias donde sea que quiera, estar ligero para elevarse fácil. Lo cierto es que decidió partir y si debiera ser franco no lo ha reflexionado demasiado, ya que si lo piensa por hache o por be no lo hace. Le parece atinado considerar que, en cierta forma, el mundo se divide entre individuos que toman decisiones e individuos que no, que toda resolución comprende tanto algo que se gana como algo que se pierde y que afrontar dicho equilibrio es crecer. En consecuencia, ante esa clase de decisiones en apariencia cruciales, procura que la razón tenga una debida intervención, y da cada paso con el mayor grado de espontaneidad e improvisación posible, y hasta cierto automatismo. Se aproxima la hora de la inminente partida, mira al frente y hace girar las ruedas de la valija. Avanza de manera naturalmente involuntaria y se dispone a sortear las peripecias o contratiempos del porvenir. Su método se centra en explorar dentro de sí hasta vislumbrar un deseo, identificar un sueño de los que se sueñan despierto, asignarle un nombre y luego elaborar un plan para intentar convertirlo en real. Por supuesto, le requiere una notable dosis de determinación, acaso de audacia, pero sobre todo de inconciencia. Esa mixtura, en suma, le genera una sensación que él reconoce como incertidumbre, curiosidad o ambas cosas a la vez. Es una energía que corre desde el vientre hasta el corazón y le sacude la mente de modo tal que, lejos de paralizarlo, lo pone en acción. Como resultante surge la emoción que más disfruta, que probablemente oscile entre la adrenalina y la excitación. Su dinámica es en verdad sumamente elemental y pragmática, consiste en dejar fluir como torrente insoslayable lo que le corre por las venas, y él sospecha que aquello se denomina intuición. Suele manifestar, irónicamente, que se precisarían dos vidas, una para aprender a vivir y otra para vivirla, pero dado que solo hay una, él prefiere vivirla en vida, y darle crédito a la intuición es lo que mejores efectos le ha causado, puesto que no cree en la suerte y menos aún en la obra de casualidad. Ya despachó la valija, y ahora escribe estas últimas líneas mientras aguarda sentado en la butaca del avión que en minutos levantará vuelo, penetrará el cielo nocturno y lo trasladará a su nuevo sitio, aquel que ha conocido hace cuatro años y en el que se prometió instalarse más temprano que tarde. Poco más de treinta horas, tres escalas y quince mil kilómetros lo separan del comienzo del siguiente sueño que busca materializar. ¿El último?, es su anhelo que no, pues, desde que no le hace falta ver para creer, en cuanto su vitalidad se lo permita, seguirá persiguiéndolos a como dé lugar. Se oye la voz del comandante: estimados pasajeros sean ustedes bienvenidos.