Cuando el día anterior Madé nos propuso una caminata matinal por un sendero no turístico con la intención de mostrarnos cómo viven ellos, Laura y yo no imaginamos que íbamos a estar caminando junto a él entre arrozales y poblados Balineses conversando sobre la muerte. Seis meses más tarde, a raíz de la partida de un ser querido, mi mente volvió a entonces, y recordé que una pregunta suya inauguró un revelador intercambio filosófico: ¿por qué ustedes sufren tanto la muerte? Claro, por muy extraño que parezca, en sus funerales no existe el lamento, al contrario, la muerte es una celebración venerada digna de procesiones y tertulias con exquisitas comidas. El sol saliente iba secando la tierra mientras nosotros ensayábamos una respuesta: nos enseñaron que morir es una tragedia que tiene eludirse, y que vivir se trata de prepararse para la muerte pero sin pensar en ella. La cuestión es que no venimos instruidos para tamaño desafío, evadirnos de la muerte supone una capacidad de entendimiento con la que no contamos. En nuestra cultura, le decíamos, vivir es como ir cocinando la muerte a fuego lento tratando de que no se queme antes de tiempo. Y no hay nada intrínsecamente malo en eso, salvo por el hecho de que por el miedo a la muerte es que vivimos padeciendo la vida. Todos los miedos que tenemos no son sino, el miedo a la muerte con distintos nombres, que a veces crece logarítmicamente hasta irse de las manos. Luego de saludar a una vecina que lavaba sus ropas en el agua del río, de pronto Madé expuso su teoría sobre la edad de las civilizaciones, que la suya nos lleva años de ventaja y tuvo más tiempo para comprender que la muerte llega por más esfuerzo que hagamos para alejarla, porque no se puede contener la marea, pero sí disfrutar hasta que llegué. Explicaba que ellos solo se enfocan en vivir porque la vida es, en definitiva, lo que uno hace con ella y, acto seguido, con una sonrisa tan incomprensible como admirable nos confesaba que su padre había muerto recientemente y eso significaba un nuevo comienzo, porque la muerte es continuidad. Para nosotros, en cambio, es el final de los finales, pues no creemos en el día después. De la vida sabemos algo, de la muerte nada. Puede entonces que ahí radique el miedo, pienso ahora, en el hecho de no saber lo que nos espera, y es probable que no le tengamos miedo al propio hecho de morir sino a no saber que sucederá al día siguiente. Según Madé lo más lógico es permitir que la naturaleza siga su curso, pero claro, tampoco nos enseñaron tal cosa. Vivimos evitando conversaciones sobre la muerte pero lo único que conseguimos evitar es la conversación mientras la muerte sigue ahí. Su relación con la muerte se encuentra culturalmente en las antípodas de la nuestra, para él es tan natural y milagrosa la muerte como el nacimiento, son el final y el principio de un mismo ciclo. No tengo idea sobre qué debiéramos hacer para modificar nuestra postura ante la muerte, en todo caso lo que hago son conjeturas más o menos fundadas, pero me permito creer que el único camino de quitarse ese miedo es, paradójicamente, muriendo. Y quién sabe, volver a nacer en un lugar distinto en el que nos enseñen otra historia. En un momento dado nos encontramos con un veterano que preparaba la tierra para sembrar y Madé nos traducía a medida que transcurría la charla. Era el mejor amigo de su difunto padre y no estaba al tanto de la novedad hasta que, sin mayores sobresaltos, él le contó que su eterno compañero había dejado el plano físico. Lo curioso fue que el viejo, sin ningún gesto que sea indicativo de tristeza, recibió la noticia como si Madé le estuviera relatando lo que había soñado anoche. Enseguida cambiaron el foco de la conversación, rieron y se despidieron. Luego, naturalmente, como si la vida fuera tan solo todo eso que hacemos desde que nacemos hasta que morimos, seguimos caminando de regreso a su cabaña en la que nos alojábamos, donde su mujer e hija nos esperaban con la mesa servida y unas sonrisas de aquellas en las que no se mueve solo la boca sino todo el rosto gracias a la articulación de un conjunto de expresiones felices que provienen del alma.

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